Memorias de Carlos Bulla: jugó contra Pelé, fue compañero de Menotti y rival de Bilardo y es prócer en Platense, donde se cansó de hacer goles

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"De vez en cuando voy a ver a Platense cuando juega de local. Me lleva mi hijo. Dejamos el auto sobre el puente de la General Paz y vamos caminando. Pero te digo la verdad, me da un poco de vergüenza cuando voy subiendo por la platea y la gente empieza '¡Bulla, Bulla, Bulla, goles, goles, goles!'. Y no solo la gente mayor, también pibes más jóvenes. Yo les pregunto qué hacen ahí, y entonces me cuentan historias lindas, del abuelo, del tío, de los equipos del 67 y el 69. Te juro que me agrando, me pongo así de ancho, pero me da calor que canten por mí cuando son otros los muchachos que están jugando".

A los 81 años, Carlos Alberto Bulla camina lento, pero mantiene la jovialidad y el porte de cuando inflaba redes en las canchas; el lenguaje de barrio; la memoria de Oliveros, el pueblo del sur de Santa Fe donde nació; el gusto por el buen fútbol y el reconocimiento por cada camiseta que vistió durante su larga carrera: Rosario Central, River, Gimnasia, Independiente, Banfield y Atlético Nacional de Medellín, además de la marrón y blanca del equipo de Saavedra. Pero es en el estadio de Vicente López donde se reencuentra con el afecto de aquellos que más lo disfrutaron y más veces se llenaron las gargantas con sus goles.

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"Aquel Platense era un muy buen equipo", dice, y lo recita de corrido, como un mantra y parado "a la antigua", con un 2-3-5 que le revela la edad: "Hurt o Topini; Mansueto y Murúa; Aranda, Togneri y Recio; Miranda o Lavezzi, Muggione, Subiat, yo y Luis Medina. Después vino [Oscar] Valdez a jugar de wing izquierdo. Con ese para nosotros ya era risa, porque tenía una velocidad increíble. La tocábamos en el medio con [Gualberto) Muggione y [Néstor] Subiat, Valdez picaba, se la tirábamos larga y listo. Se fue rápido al Valencia y allá la rompió: salió campeón, se nacionalizó y jugó para la selección española".

Una charla con Carlos Bulla es un constante viaje en el tiempo. Es abrir los ojos y aparecer en otro mundo, en otro país, en otro fútbol. Es recuperar apellidos perdidos en el fondo de la memoria y dejarse llevar por una avalancha de anécdotas por la que cada tanto puede caer alguna duda en un dato –"¿Ese partido lo dirigía [Carlos] Nai Foino o [Ángel] Coerezza? ¿Lo jugamos en Manuela Pedraza y Crámer o en la Bombonera?"-, pero no falla en la precisión de los conceptos, ni en la firmeza de las convicciones.

"Una vez, el Flaco Menotti me dijo: 'El fútbol es uno solo y se puede jugar de dos maneras: bien o mal. No hay más que eso', y tenía razón. Pero también es el juego de conjunto más bello del mundo. Bien jugado es una hermosura. Te podés reír y hacer reír, divertir y divertirte, gozar y hacer gozar. ¿Cómo no vas a gozar con un gol, aunque sea con el culo? Ver entrar la pelota en el arco de enfrente es lo mejor que hay. Y también esa sensación de cuando viene la pelota, la parás de pecho y no baja nunca porque la tenés acá, dormida", dice, mientras se toca el centro del tórax y los ojos hacen que el reloj retroceda cinco o seis décadas.

-¿Menotti estaba en Rosario Central en 1963, cuando debutó en Primera?

-Sí, el Flaco, el Gitano [Miguel Antonio] Juárez y el Nene [Enrique] Fernández. Yo había llegado a los 17 años desde Oliveros, un pueblo que está a unos 20 kilómetros pasando San Lorenzo [Santa Fe], para jugar en Tercera. Hasta que me subieron a Primera. Andaba más o menos bien, pero un día que iba a ser titular me piden el documento para hacer la planilla mientras me estaban masajeando y me lo había olvidado. ¿Sabés quién entró en mi lugar? Aldo Pedro Poy. Era un jugador excepcional y un tipo bárbaro, pero al tercer partido lo agarré y le dije: "Vos sos buena gente, buen amigo, pero dejame jugar un poco a mí porque te voy a meter una patada en la cabeza, jajajaja".

-¿Qué tal era Menotti como compañero?

-Un fenómeno. Como yo no era de Rosario, cuando nos tocaba venir a jugar a Buenos Aires salía los sábados temprano desde Oliveros, nos entrenábamos livianito, comía algo en el centro de la ciudad, me iba a un cine y después me tomaba el colectivo para estar a las 6 de la tarde en la cancha y subirme al micro que nos llevaba a Buenos Aires. Un sábado el Flaco me pregunta: '¿Qué vas a hacer hasta que se haga la hora?'. Le cuento y me hace esperar. Fue a un teléfono público (no existían los celulares en esa época), la llamó a la mamá y me llevó a comer a su casa, en Fisherton. El Flaco Menotti… Algunos días nos quedábamos a patear cuando terminaba la práctica. ¿Cómo diablos podía pegarle tan fuerte a la pelota? Era tremendo.

Goles y marcaciones ásperas

Sin ser un clásico 9 de área ("siempre dije que jugaba de 9 y medio"), Carlos Bulla tenía el olfato indispensable para llegar al lugar indicado en el instante preciso, y desde ya, la calidad suficiente como para acomodar la pelota lejos de los arqueros. Por eso gritó goles con todas las camisetas que vistió. Marcó 103 en 274 partidos oficiales en nuestro fútbol, y vistiendo la del Calamar quedó registrado en la historia al consagrarse máximo artillero del Metropolitano 1967 junto a Rodolfo Lobo Fischer, el extraordinario delantero de San Lorenzo. Ambos señalaron 14 tantos en los 17 partidos de ese certamen, uno más que Héctor Chirola Yazalde y dos más que Carlos Bianchi.

-En la última fecha habíamos jugado el partido adelantado del viernes y yo no había podido hacer un gol, así que necesitaba que Fischer no hiciese ninguno para San Lorenzo el domingo. Para no sufrir, me fui al cine. El diario La Razón salía más o menos a las 7. Al salir me acerqué a un kiosco pensando que el Lobo seguro me había quitado el primer lugar, pero no. Tampoco la embocó esa tarde y quedé máximo goleador de un torneo de la AFA. ¿Sabés lo que era el Lobo Fischer? Un monstruo. Yo en cambio era... lentón, por no decir lento, ¿viste? Pero era veloz de arriba, de la cabeza. Sabía lo que tenía que hacer, cómo aparecer en el área en el momento justo. Aparte le pegaba bien, y con las dos, mejor con la derecha, pero con la zurda me defendía. Hacía goles de tiro libre, de penal, y si venía una para darle de volea olvidate. Así hice el gol que más grité en una cancha.

El golazo a Boca

-Cuénteme eso, por favor.

-Fue contra Boca. [Juan Carlos] Murúa tira un centro desde la izquierda, la pelota rebota, sale para arriba y va cayendo en el medio del área. Viene [Alcides] Cacho Silveira para rechazarla y antes de que llegue, yo entro desde atrás, me anticipo, hago una especie de media tijera hacia adelante y le doy de zurda. La verdad es que se podría haber ido a la calle, pero entró en el ángulo. El arquero era Antonio Roma. Ese día La Razón tituló: "2 puntos para Platense y 10 puntos para Bulla". Me compré todos los diarios. Era complicado pasar a esa defensa de Boca: Roma; Silveira y Marzolini; Simeone, Rattín y Orlando.

-¿Por qué complicada?

-Porque marcaban y pegaban. Bueno, en esa época todos pegaban, sobre todo en los primeros diez minutos. No como ahora, que los equipos dan 18 mil pases para llegar hasta la mitad de la cancha y los contrarios los miran. Una vez Silveira me agarró fuerte, mal. El árbitro viene y le dice: "Cacho, que sea la última, eh". Él se me acerca y me pide disculpas: "Se me escapó Bullita, fue sin querer". Pero cuando me estaba levantando y el árbitro ya se había ido terminó la frase: "La próxima te la pego más arriba". Antes era así.

Una época de grandes cracks

Convivió con Roma, Silvio Marzolini, Antonio Rattín, también con Federico Sacchi, Alfio Basile, Mario Zanabria, Ángel Clemente Rojas y Daniel Willington. "En la cancha de Vélez había un edificio que le daba sombra a media cancha. Willington jugaba siempre ahí, sin correr, pero cuando se la daban ya había visto todo y la ponía donde quería", recuerda Bulla. Fueron rivales que le dieron lustre a una carrera de catorce años de duración. Tanto como algunos compañeros igual de célebres: Menotti, Juárez y Poy en Central, Muggione, Subiat y Valdez en Platense, Hugo Orlando Gatti y Carlos Della Savia en Gimnasia, Oscar Mas y Daniel Onega en River, José Omar Pastoriza, Ricardo Pavoni o Miguel Ángel López en Independiente, entre muchos otros. Nombres suficientes como para formar una galería de enormes cracks del fútbol local. Y ni hablar del internacional.

-¿Cómo fue tener enfrente a Pelé y a Johan Cruyff?

-El Santos en lugar de jugar los campeonatos de Brasil o las Copas Libertadores hacía giras por el mundo y un verano vino a la cancha de Central. No estuvo Coutinho, pero sí Dorval, Lima, Pelé y Pepe. Nos ganaron 1 a 0. Lo que era Pelé, ¡por favor! Y mirá que le pegaban, pero él también pegaba. Hacía el doble salto, como los basquetbolistas antes de tirar, se quedaba en el aire y después metía unos cabezazos imparables. Cuando me preguntan quiénes fueron los más grandes que vi jugar pongo aparte a Pelé y Maradona. Un poquito más abajo viene Messi, y después el resto: Cruyff, Beckenbauer y todos los demás.

-¿No lo deslumbró Cruyff?

-Sí, también. Era un jugador extraordinario, pero menos que Pelé y Diego. Lo enfrentamos dos veces con Independiente, por la Copa Intercontinental del 72. En Avellaneda nos hizo un golazo de entrada, pero después lo agarró [Dante] Mírcoli y lo sacó de la cancha. Esa noche tuvimos mala suerte. Había empatado Pancho Sá y cerca del final yo engancho una pelota de zurda que pega en el palo, recorre toda el área sin que nadie la toque, le cae al Mencho [Agustín] Balbuena del otro lado, vuelve a pasar por toda el área y otra vez nadie llegó a empujarla. Nosotros necesitábamos ganar ese partido porque sabíamos que en Amsterdam iba a ser imposible y a los jugadores nos habían prometido que nos quedaríamos con la recaudación de un desempate. Pero esa pelota no quiso entrar, empatamos, allá nos dieron un toque bárbaro y perdimos 3 a 0.

El día que pudo torcer la historia

Pese a participar en los dos encuentros por la que entonces era considerada Copa del Mundo de clubes, hubo otro partido que quedó registrado en la historia del fútbol argentino y tuvo a Bulla como protagonista. Se disputó el 3 de agosto de 1967 en la Bombonera y bajo la lluvia. Platense y Estudiantes se jugaban el pase a la final del Metropolitano, "y el que ganaba iba a ser campeón porque Racing estaba en la Libertadores y venía medio liquidado", afirma más de medio siglo más tarde Bulla, autor de dos de los tantos que se convirtieron aquella noche.

La crónica, fría, indica que el Calamar vencía 3-1 a los 2 minutos del segundo tiempo después de dar vuelta el gol inicial del Pincha, y el conjunto platense tenía un futbolista menos en el campo por lesión de Enry Barale (solo se permitía el cambio del arquero), pero apenas 16 minutos después, el resultado era 4-3 para el equipo que dirigía Osvaldo Zubeldía.

-Lo perdimos nosotros, nos descuidamos. Le echaron la culpa a [Juan Carlos] Hurt, pero fue una injusticia. Todos fuimos responsables.

-¿Cómo se puede explicar?

- Todavía no lo sé, estuve tres días sin dormir después de ese partido. Estábamos para ganarlo por 4, 5 o 6 goles. Yo hice el tercer gol y consiguieron descontar enseguida, al ratito nos empataron en una jugada bastante rara, casi un gol en contra, y para rematarla vino la jugada con el arquero.

-¿Qué fue lo que pasó?

- Fue después de un centro. [Carlos] Bilardo lo provocó a Hurt, que cayó en la trampa, se calentó y le pegó una patada en el culo. Coerezza, que era el árbitro, lo vio, dio penal, lo pateó [Raúl] Madero, se pusieron 4 a 3 y ya no pudimos remontarlo. [Alberto] Poletti, el arquero de ellos que vive cerca de mi casa, me dijo un día que con el 3-1 los había mandado a todos arriba, que perder por 3, 5 o 6 goles ya les daba igual.

-Mire que hubiera cambiado la historia si ustedes ganaban ese partido. Para Platense, que quizás hubiese sido campeón por primera vez. Y para Estudiantes, porque a partir de ahí encadenó Metropolitano, tres Libertadores y una Intercontinental.

-Y sí, pero ganó todo eso porque era un gran equipo. Complicado, a mí una vez Bilardo me pinchó con un alfiler. Pero un gran equipo, con Madero, que era un señor, Malbernat, Conigliaro, la Bruja Verón...

Del tren bala al taxi

La vida de un futbolista también está hecha de golpes. Además de aquella fatídica derrota, a Bulla le tocó atravesar la etapa negra de River, donde estuvo en 1971, cuando el club de Núñez ya llevaba 13 años sin títulos y frustraciones sucesivas en desenlaces de torneos en la última fecha o finales perdidas.

-Me tocó una época difícil. El entrenador era el brasileño Didí, y teníamos buenos jugadores: Perico Pérez en el arco, César Laraignée, el Japonés Osvaldo Pérez, Daniel Onega, el Mono Mas, que era una cosa de locos, cualquier idea que le dabas para tomarle el pelo a alguien se tiraba de cabeza. Era genial para reírse. Pero en la cancha las cosas no salieron, en general fue un año raro.

-Tampoco en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 le fue del todo bien.

-No creas. Algunos de mis mejores partidos y de mis mejores goles fueron con esa selección. Teníamos un equipazo. El técnico era [Ernesto] Duchini, los arqueros eran [Agustín] Cejas y [Miguel] Marín, de 6 jugaba [Roberto] Perfumo, en el medio [Miguel] Mori, y arriba Ricardo Pérez, de Argentinos Juniors, [José] Malleo, yo y [Néstor] Manfredi, los tres de Central, y [Héctor] Ochoa, de Racing. Salíamos tocando desde atrás, tac, tac, tac. Fuimos como favoritos, pero éramos todos juveniles, y había países que iban con los mayores porque no tenían profesionalismo. Como Hungría, que ganó la medalla de oro. Pero guardo buenos recuerdos. Si hasta viajé en el tren bala, ¿qué más puedo pedir?

-¿Cómo fue eso?

-Imaginate. Uno ahora puede ver las cosas por la tele, pero en el 64 no sabíamos nada de Japón. Un día nos avisan que vamos a viajar de Tokio a Kobe, que íbamos a salir a las 8 de la mañana y llegar a las 12 del mediodía. Eran 600 kilómetros en cuatro horas. Lo miramos al japonés como diciéndole que estaba borracho o loco. Bueno, salimos a las 8 en punto y llegamos a Kobe a las 12: 600 kilómetros en tren bala. En Rosario, en esa época al tren teníamos que empujarlo para que saliera.

-¿Y cuándo se acabó el fútbol qué fue de la vida de Carlos Bulla?

-Decidí dejar de jugar de golpe. Tenía 38 años y la intención de hacer un año más en Platense. Un día estaba practicando, empecé a irme para el vestuario, me apoyé en una barandita, me puse a mirar el estadio y me di cuenta de que ya no quería más. Y no jugué más. Un tiempo más tarde me dijeron de ser ayudante de campo. Pero no era para mí. Para ser técnico debería tener once tipos que no se lesionaran ni se cansaran nunca, porque me cuesta sacar a uno, decirle que salga de la cancha. Así que estuve tres o cuatro partidos y me fui.

-Entonces surgió la opción del taxi.

-Sí, más adelante. A veces me reconocían y me preguntaban qué estaba haciendo ahí. Yo los miraba por el espejito, nos poníamos a conversar y les dejaba el viaje gratis. Creo que eran más los viajes que no cobraba que los que cobraba. Estuve como 10 o 12 años en el taxi.

-¿No ganó dinero suficiente con el fútbol?

-Si yo hubiese vivido en esta época estaría regalando plata. Hice el primer gol de un campeonato, fui goleador de otro, campeón de América, pero antes no había la guita que hay ahora. Me tocó vivir 30 o 40 años antes. Igual no me quejo, vivo tranquilo. Me quedé solo hace dos meses, cuando falleció Betty, mi mujer. Mi hijo Ariel me llama todos los días, me junto a hablar o ver fútbol con los amigos en el club Pinocho, a la vuelta de casa, y de vez en cuando miro las carpetas con los recortes de diarios y revistas de cuando jugaba y digo: "¡Qué viejo estoy, la puta madre!".

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A los 81 años, Carlos Alberto Bulla mantiene la jovialidad, el lenguaje del barrio y el porte de los tiempos en los que emocionaba a los hinchas inflando las redes contrarias. Camina más lento, puede dudar con algún dato, pero guarda intactas las anécdotas y los conceptos, y aunque le dé un poco de vergüenza, sobre todo no deja de ponerse ancho cuando sube las escaleras del estadio de Platense y escucha el "¡Bulla, Bulla, Bulla, goles, goles, goles!" que lo lleva de viaje a esa juventud que baja de manera exquisita y duerme en el pecho la pelota de la memoria.

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