Menotti, el hombre que sentó las bases de la selección argentina moderna

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César Luis Menotti, el Flaco, tenía 32 años cuando, a comienzos de los 70, en una cena con amigos, anunció su plan para "salvar" el fútbol argentino. Romper el camino "europeo" de juego más físico y recuperar el de toque y pausa, más sudamericano. La Nuestra. Una meta que estuvo por encima, incluso, de las contradicciones que podría haberle generado a un hombre de izquierda ganar la copa del 78 bajo una dictadura que buscó lavarse la cara con el festejo popular. ¿Las tuvo? En Menotti, el primero, una biografía vital y futbolera, intenta responder esa y otras preguntas sobre el DT que obtuvo la primera Copa del Mundo para Argentina.

El entrenador politizado y el del "achique" maldito. El que, después de llegar tan rápido a la cima, jamás volvió a salir campeón, pero mantuvo hasta el final su discurso de fútbol bello y eficaz. El que cuando empezó a dirigir la selección, en una época en que apenas se arañaba la participación en los mundiales y los técnicos duraban un año, fue el primero en presentar un proyecto y en viajar por el país buscando jugadores.

Actualmente columnista en LA NACION, Ezequiel Fernández Moores es periodista desde 1978, cuando cubrió la primera de nueve copas mundiales (una lista que incluye México 86 y Qatar 2022). Trabajó en las agencias periodísticas Noticias Argentinas, DyN y la italiana ANSA. Escribió en Página/12, Mística, El Periodista, TXT, trespuntos, y en diarios del exterior como The New York Times, The Washington Post, y El País y La Vanguardia de España. Hizo guiones e investigaciones para documentales de televisión y publicó tres libros: Díganme Ringo (Planeta), Breve historia del deporte argentino (El Ateneo) y Juego, luego existo (Sudamericana). Su último libro es Menotti, el primero. Historia del técnico que refundó la selección.

A continuación, LA NACION publica el primer capítulo de esta obra.

Capítulo 1

Mañana del 24 de marzo de 1976. Hotel Silesia, en Katowice, sur de Polonia.

César Luis Menotti piensa en el partido que la selección debe jugar por la noche ante Polonia en la vecina Chorzow. Lo interrumpe José María Muñoz. El relator radial acaba de llegar de Auschwitz, el mayor campo de concentración del nazismo, construido en 1940, a cuarenta kilómetros de Katowice. Como si viniera del futuro, Muñoz le avisa a Menotti que hay golpe de Estado en la Argentina.

Menotti se sorprende poco. Es un golpe anunciado. Le agradece a Muñoz el aviso. Prende un Parisiennes y vuelve a enfocarse en Polonia. En su objetivo de refundar la selección argentina. Tiene plan y capacidad. Y hay que recuperar a una selección en crisis profunda. Sin resultados, sin juego, desprestigiada. Y con el Mundial 78, que se jugará en casa, cada vez más cerca.

Ganar la Copa para marcar el inicio de la reconstrucción. Ganar la primera.

El golpe, claro, implica que con los militares otra vez en el poder, la fiesta popular tocaría en un tiempo oscuro. ¿Siente la contradicción? ¿Tiene dudas? ¿Se pregunta si seguir o no? Menotti, 37 años, es el DT más joven en la historia de la selección. También el más politizado en el mundo "apolítico" de la pelota. Y de izquierda, estudioso, visionario, seductor, bohemio, ilusionista, arrogante, polémico.

Es el técnico que no ganará todo, pero que parece distinto a todos.

Es el técnico que marcará un antes y un después en la historia de la selección.

AM (Antes de Menotti) y DM (Después de Menotti).

Muñoz aprovechó la mañana libre para ir a Auschwitz junto con Julio César Calvo, su comentarista en Radio Rivadavia. También fueron, entre otros, los periodistas Fernando Niembro, de Canal 7, y Héctor Vega Onesime, de la revista El Gráfico. Más Julián Pascual y Ramón Vinagre, dirigentes de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y otros de la Federación polaca. El guía de Auschwitz, Elía, contó a la delegación el horror nazi. Su abuelo muerto allí. Asesinatos, crematorios, fusilamientos, torturas, experimentos humanos. Y, entre las cámaras de gas, una cancha de fútbol. En medio del infierno, los prisioneros podían jugar al fútbol. Vestían camisetas donadas por la Cruz Roja. A veces, en pleno partido, veían pasar esqueletos que caminaban. Ellos no lo sabían. Eran prisioneros judíos que marchaban en fila a la muerte.

Hitler había prohibido el fútbol en la Polonia ocupada.

Pero no en Auschwitz.

Tampoco se detuvo el fútbol en la Argentina del 24 de marzo de 1976.

El golpe es oficial desde las 03.21 de la madrugada, 08.21 para la selección en Polonia. "Se comunica a la población —dice el comunicado número 1— que a partir de la fecha el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta Militar". La dictadura se hace llamar "Proceso de Reorganización Nacional". Aunque está amaneciendo, es noche profunda en la Argentina. Y tiempos sin internet. Lograr una comunicación telefónica desde Katowice puede demorar horas. Popular, influyente y poderoso, Muñoz, "el relator de América", la consigue más rápido que todos. Le avisa del golpe primero a Pedro Orgambide, jefe de la delegación. Le dice que, "por suerte, no hay desgracias personales ni derramamiento de sangre".

Pero habrá secuestro, tortura y muerte. Desaparecidos. En 1985, casi una década más tarde, la justicia condenará a prisión a la Junta golpista; perpetua para el general Jorge Rafael Videla y el almirante Eduardo Emilio Massera, cuatro años y medio para el brigadier Orlando Ramón Agosti.

En 1978, también ellos se creerán campeones mundiales. Así los celebrará Muñoz en sus relatos.

Otro golpe, setiembre de 1955, ya había derrocado también a un gobierno peronista. Tres meses antes, habían caído más de cien bombas sobre la Plaza de Mayo y alrededores. Más de trescientas personas muertas. Y Juan Domingo Perón en el exilio. Una semana antes del golpe murió —cáncer de pulmón— Antonio Menotti. Dirigente peronista de peso en Rosario, padre de César, hijo único de 16 años. Cito (Cesarcito), como le decían en el barrio elegante de Fisherton, tenía 12 años cuando le mostró a su padre una carta que le escribió a Perón, contándole que hacía demasiado frío y preguntándole por qué papá debía trabajar tanto. La casa, con un local anexado como unidad básica peronista, fue baleada dos veces. Cito se refugió tirándose al piso con su madre. Tras el golpe, ya fumador para sentirse más grande, salió a las calles. Escribió "Perón vuelve".

Rosario, muy peronista, resistió el golpe del 55. Villa Manuelita, veinte kilómetros al sur de Fisherton, fue trinchera histórica. Mujeres y hombres trabajadores del frigorífico Swift izaron la bandera en el tanque de agua y proclamaron que Villa Manuelita no reconocía a los golpistas. Los soldados no pudieron sacarla. "¡Vengan! ¡Tiren! ¡Viva Perón, carajo!", gritó una de las mujeres. Cito creció politizado. Al año siguiente, 1956, participó de un acto en Rosario como flamante miembro de la Juventud del Partido Comunista de la Argentina (PCA) en conmemoración del 39º aniversario de la Revolución Soviética. El acto fue atacado con piedras y palos y quema de locales partidarios por estudiantes universitarios que repudiaban la invasión reciente de la URSS a Hungría. Tres de ellos fueron baleados.

Uno, miembro de la Acción Católica, quedó tetrapléjico. El gobierno militar del general Pedro Eugenio Aramburu prohibió actos del PC en todo el territorio nacional.

Cuando Perón volvió, dieciocho años después, Cito ya era el Flaco Menotti, DT de Huracán. Alto (1,93 m), pelo largo y lacio, cigarrillo eterno, voz grave y oratoria rica, inusual en el lenguaje más breve del fútbol. El técnico que no hablaba solo de ganar, sino ante todo de jugar "bien", saludó el retorno de Perón firmando una solicitada colectiva en los diarios. Pero el líder, 78 años, enfermo cuando inició su tercera presidencia, murió en pleno mandato, mientras se jugaba el Mundial de Alemania 1974.

A la selección argentina, ya eliminada, le quedaba un último partido de trámite contra Alemania Oriental. Los jugadores, de luto por la muerte de Perón, quisieron volverse a Buenos Aires sin jugar. La FIFA ordenó minuto de silencio en cuatro partidos que se jugaron ese día. Pero amenazó con sancionar a la AFA si la selección no jugaba su último partido, incluida la posible pérdida de la sede del Mundial 78. Aquella selección era un caos. El mismo caos que sufría la propia AFA. Todo el fútbol argentino era un caos.

Menotti, que ya era campeón argentino con Huracán, vio ese caos de cerca. Pagó de su bolsillo el viaje al Mundial de Alemania. Se hospedó en la casa del DT alemán Hans "Hennes" Weisweiler, su primera gran referencia europea, el inicio de su fascinación por Alemania. Observó cómo el cuerpo técnico de la selección argentina, un triunvirato que lideraba Vladislao Cap, vivió el Mundial "en la duda permanente. Y dudar en fútbol es grave". Menotti, en cambio, no dudó cuando unos meses antes rechazó una primera propuesta para dirigir él mismo la selección del Mundial 74. Y tampoco dudó luego, cuando sí aceptó el cargo, noventa días después de terminada la Copa.

Tenía 35 años. Menotti dudaba poco.

Volvamos a 1976 y a Katowice.

El Flaco no se sorprende del golpe que acaba de comunicarle Muñoz, porque ya los diarios lo anunciaban antes de que la selección saliera de gira. El último partido en Buenos Aires (derrota 2-1 ante Brasil por la Copa Roca, 27 de febrero de 1976 en el estadio de River Plate) había sufrido un sabotaje que arruinó las trasmisiones al exterior y sirvió para decir que el gobierno era tan irresoluto que ni siquiera podría organizar el Mundial. Fue parte del plan desestabilizador contra la ya frágil gestión de Isabel Perón (presidenta tras la muerte de su esposo). Ajuste económico, protesta obrera y, además, violencia política, con la parapolicial Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A) de un lado y guerrilla de izquierda del otro. Con el camino allanado, el golpe del 24 de marzo es el cuarto que sufre el país en los últimos veintidós años. Argentina se suma a las dictaduras que dominan en casi toda Sudamérica. Los gobiernos militares como paisaje cotidiano

En Katowice, Menotti se reconcentra en el fútbol. No solo por el partido de la noche contra Polonia. Sino, también, porque el Mundial está a solo dos años. Se realizará por primera vez en la Argentina. En el país futbolero que siempre se jactó de jugar mejor que nadie, pero que jamás ganó el título. En el último Mundial de Alemania, la selección fue humillada 4-0 por Holanda. Y al de México 70 ni siquiera se clasificó.

Está convencido de que él puede dar vuelta esa historia. Su primer objetivo no es menor. Hay que sacarles a los jugadores el miedo a la potencia física supuestamente superior de los europeos. El mito de que es imposible competir contra esos tanques. Y ese miedo, dice Menotti, se saca teniendo la pelota. Con la histórica buena técnica de nuestros jugadores. Pero también con orden, solidaridad y disciplina colectiva, fundamentos menos difundidos de la biblia menottista. Y difíciles de aplicar en el fútbol argentino, que hace un culto del crack individual y de su supuesta superioridad técnica. Por todo eso la selección está ahora, marzo del 76, en plena gira por la Europa comunista.

El viaje duró cincuenta horas. Incluyó escalas en Las Palmas, Madrid, París, Zúrich, Varsovia y Moscú. Hubo demoras por pasaportes equivocados. Se improvisaron sándwiches de mortadela y salame. La selección llegó hambrienta a Kiev, escenario del debut, el 20 de marzo ante la URSS. Argentina ganó 1-0 en un lodazal, un enchastre de barro, arena y nieve que había sido derretida horas antes con turbinas de avión pero que volvió a caer en pleno partido. El gol fue de Mario Kempes (que será la gran figura en la conquista del Mundial 78). Arbitró el italiano Sergio Gonella (el mismo que dirigirá la final de la Copa). Y tuvo una actuación consagratoria el Loco Hugo Gatti. El arquero favorito del Flaco (que no llegará al Mundial) atajó con pantalón largo, gorro de lana y una petaquita de whisky escondida en un poste para combatir los diez grados bajo cero.

Katowice es la segunda etapa de la gira. Y Polonia es el rival más difícil. Viene de salir tercero en Alemania 74, donde superó 3-2 a la Argentina. La previa se pone tensa con el anuncio del golpe, que llega apenas unas horas antes del partido. Vega Onesime también escucha la noticia a través de Muñoz. El relator se lo cuenta "susurrando". Le pide que no se lo diga a los jugadores. "Para que jueguen tranquilos".

Pasaron muchos años. Los testimonios de los jugadores se contradicen entre sí. Algunos hablan de horas de angustia y otros dicen que aquel día casi ni se tocó el tema. Osvaldo Ardiles (volante de Huracán) recuerda hoy, desde Inglaterra, que en ningún momento el plantel debatió si debía suspender la gira y volver a la Argentina. Y dice que Menotti "no hablaba de política con el plantel".

"Cero. Salimos de la Argentina con muchos rumores de golpe, pero César nos protegió de lo que se decía".

En 1976, Jorge Carrascosa era el capitán de la selección. Y era también su jugador más politizado. Un futbolista con fuerte sentido de "justicia social", como se define él mismo durante una charla en una confitería cerca de la estación de tren de Adrogué, periferia sur de Buenos Aires, su lugar en el mundo, y a la que, con sus jóvenes 76 años, llega en bicicleta. Jugador símbolo para el Flaco, respetado por todos sus compañeros, Carrascosa, lateral izquierdo de Huracán, me dice que por supuesto hubo preocupación por el golpe, por cómo estaría la familia, pero niega que haya existido siquiera una conversación sobre seguir la gira o volver a casa.

En la Argentina, el comunicado número 23 de la Junta Militar avisa a las pocas horas del golpe que el fútbol continúa como si nada: "Se pone en conocimiento público que se ha exceptuado de la transmisión por cadena nacional de radio y televisión, la propalación programada para el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrán las selecciones nacionales de Argentina y Polonia".

La transmisión televisiva está a cargo de Fernando Niembro. Tiene 28 años. Es su primer partido como relator. Y él sí está afectado por el golpe. Su padre, Paulino, es un dirigente peronista histórico, sindicalista, asesor del Ministerio de Trabajo, presidente de Nueva Chicago y también vicepresidente de la AFA. Fernando teme por su padre. Quiere telefonear a su casa, pero le dicen que la comunicación demorará una hora. Se pregunta qué hacer. Si debe relatar o no. Su cabeza es un aquelarre, esa es la palabra que usa. Está en el medio de la cancha. Muñoz se acerca y busca calmarlo. "Pibe —le aconseja— pensá en tu familia". Ya conectado con Buenos Aires para iniciar la transmisión, Niembro se tranquiliza cuando escucha a su compañero Enrique Macaya Márquez, que le cuenta que en su casa "está todo bien" y que se concentre en "nombrar a los jugadores".

A las 13.30 de la Argentina la TV corta la cadena nacional. Comienza el partido. Menotti sufre cuando Polonia, dominadora absoluta en los quince minutos iniciales (dos tiros en los postes, gran atajada de Gatti, presión insoportable), abre la cuenta con gol olímpico al inicio del segundo tiempo. No grita órdenes. No es su costumbre. Enciende otro cigarrillo.

La procesión va por dentro. El gol local es celebrado por más de sesenta mil personas en el estadio Slaski, de Chorzow, sur industrial del país, donde Polonia jamás perdió.

Argentina reacciona y termina ganando 2-1. Goles de Héctor Scotta (San Lorenzo) de contragolpe y de René Houseman (Huracán) de cabeza, anticipando en el primer palo un córner ejecutado por Kempes. Los minutos finales entusiasman. Toque, habilidad, circulación y llegada, al punto que Kempes casi anota el tercero sobre la hora. "La mayor hazaña de la selección en el exterior", afirma la crónica de Onesime (así se lo llama en el ambiente, por uno solo de sus apellidos) desde Polonia, que incluye en la hazaña la victoria previa ante la URSS. Y recuerda que hacía mucho que no se ganaban dos cotejos seguidos en Europa. Pospartido, también eufórico, Menotti habla de sentimientos que no tenía desde 1973, cuando fue campeón con Huracán.

Y confiesa un sueño: jugar la final del Mundial 78 contra Brasil en una cancha de River llena de público.

El DT está feliz. La selección cerró el partido imponiendo también ritmo físico ante los europeos. Marcación zonal y la pelota como religión. Y los jugadores: Kempes perfila una buena sociedad de ataque con Leopoldo Luque (River Plate), Américo Gallego (Newell's Old Boys) se afirma como cinco "tapón". Y Jorge Olguín (central de San Lorenzo pero que jugará el Mundial de lateral), recomendación del DT Osvaldo Zubeldía a Menotti, confirma su clase. Casi la mitad de ese plantel jugará el Mundial 78. La gira perfila al genial Ricardo Bochini (Independiente) como posible gran 10 del Mundial. Es el ídolo de Diego Maradona. Es el crack que, cuando le pregunten cómo hace para jugar tan bien, responderá con simpleza: "Me paro donde no hay nadie y se la doy al que está solo". Pero ese puesto, sagrado para el fútbol argentino, tiene superpoblación de cracks. Y, lo mismo que Gatti, Bochini tampoco llegará al Mundial.

El vestuario está de fiesta tras la segunda victoria. Menotti les dice a los jugadores que Onesime es uno de los periodistas que más apoya a la selección y pide que le canten el feliz cumpleaños (nació el 24 de marzo de 1934). Lo cantan. Por la noche, ya de vuelta en el hotel, Kempes ve a la distancia al hombre de El Gráfico y le dice que hace falta un champagne para seguir la celebración. Pero la botella sale más cara que la habitación.

Onesime declina la propuesta y se va a dormir.

En la Argentina ya es 25 de marzo.

"Total normalidad", dice la tapa de Clarín, el diario más vendido del país.

En letras más grandes: "Las Fuerzas Armadas ejercen el gobierno".

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