
The Blues Brothers

03/03/2025 01:10 PM
En junio de 2010, estaba paseando por el pit lane del cicruito de Barcelona-Catalunya (Montmeló) cuando me crucé con Marc Márquez, su hermano Álex, que debutaba ese año en el CEV, y su padre. Yo vestía una camiseta sencilla que llevaba, sin extravagancias, un 93 y el logo de Repsol. No era un diseño elaborado, aún no había nacido el dibujo de la hormiga. Ni siquiera se había gestado.
Recuerdo que Julià, al ver mi camiseta, me dio las gracias por apoyar a su hijo. Una anécdota sin más, pero que explica aquellos inicios de Marc en el campeonato cuando apenas nadie podía imaginar el futuro que iba a tener aquel joven piloto de Cervera.
Había competido en 125cc las dos temporadas anteriores. En 2008, su rostro aniñado, sus catorce años en el DNI y su persistencia no pasaban desapercibidos. Marc acabó ese año decimotercero en la clasificación, perdiéndose cuatro carreras y sin finalizar otras cuatro que sí empezó. De hecho, no estuvo presente en las dos primeras pruebas del campeonato, tras tener que pasar por el quirófano junto al doctor Mir.
Tardó dos años en coronarse. Lo hizo justo ese 2010, un poco antes de que la tercera categoría adaptara el nombre de Moto3. El Mundial llegó a Valencia sin decidirse y había una gran expectación con la última prueba. Sobre todo, en su Cervera natal. Indagando sobre cómo se iba a vivir aquella carrera en el pueblo, descubrí que habría un espacio con pantalla para visualizar el Gran Premio. Quien me dijo dónde podría verse fue una amable Roser Alentà, por un mensaje privado de Facebook.
Aquel 7 de noviembre Marc Márquez se convirtió en el piloto más joven en proclamarse campeón del mundo, superado solamente, por cuestión de días, por el italiano Loris Capirossi. Ese título fue un trampolín hacia el éxito de un piloto que ha escrito un buen trozo de la historia del motociclismo con ocho títulos en sus cuentas.
Durante estos años las hemos visto de todos colores con el Tro de Cervera. Sus inverosímiles salvadas, sus caídas sin soltar los mandos de su moto, sus salvajes adelantamientos, sus remontadas de película, su carrera hasta el box en Austin para coger su segunda moto y lograr una pole inolvidable, la fotocopia en el sacacorchos de Laguna Seca, su ruptura con Rossi -el que fue su ídolo durante tantos años-, las críticas recibidas por compañeros de pista, sus míticos bailes, el calvario de sus lesiones y el adiós a Honda tras 11 años de relación, entre otros.
A Marc le costó sudor y lágrimas volver a sonreír. Tuvo que recuperar su estado de forma para equilibrarse de nuevo con ese talento innato que le llevó a lo más alto, y tomar una decisión tan dura como despedirse de la escudería japonesa que le había visto crecer, con una división que incluía la ecuación: la separación de una sociedad inquebrantable, la que había creado junto al ingeniero Santi Hernández.
Probablemente, Marc se apoyó para superar sus peores momentos en aquel núcleo que nunca falla. Su hermano Álex, que ha sabido encajar y brillar tras la alargada sombra de su hermano y con quien comparte una magnífica relación. Sus padres, Julià y Roser, cómplices de su pasión. Su abuelo Ramón, fan número uno, que falleció el pasado año.
Por ello, la reciente victoria en Tailandia es más que volver a ser líder, justamente, tras 93 carreras. Más que lograr los 112 podios que le igualan con Dani Pedrosa, más que volver a ganar una carrera inaugural tras hacerlo por última vez en 2014. En el cajón de al lado estaba su hermano Álex. Un dúo cómico, cercano y talentoso logrando algo histórico. En el box, cruzando los dedos por ambos, su padre Julià. En casa, emocionada, su madre Roser y, desde algún lugar, el eterno orgullo del abuelo Ramón.
En la charla entre Marc, Álex y Pecco antes de subir al podio, el mayor de los Márquez le dice a su hermano: "¿La mama qué? La mama estará llorando en el sofá". Ambos miran a la cámara: "Mamá, tranquila, estamos bien".
Pole, sprint y carrera. Las ilusiones están puestas de nuevo para que Marc regrese a la cima del motociclismo. Sus ojos ya miran al futuro con ambición y un hambre voraz. A su lado otro animal competitivo que ha ido creciendo con el paso del tiempo. Yo me sigo acordando del pasado. De ese 4 de julio de 2010 en Montmeló, de aquella camiseta sencilla de color gris, de aquellos hermanos que estaban juntos antes de que el mayor lograra su cuarta victoria en un mundial y que ayer, juntos, hicieron historia.
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