Claudio es una brújula

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El mayor acierto del Celta en los últimos años llegó como consecuencia directa de su mayor error. Así de absurdo es en ocasiones el fútbol. Empresas que mueven decenas de millones de euros, que cuentan los copos de avena que el delantero debe incluir en el tazón de cereales cada mañana con el objetivo de tenerlo todo bajo control y al final las decisiones que pueden cambiar su historia aparecen tras un instintivo e imprevisto volantazo a tiempo. Hace solo un año la cabeza de Claudio había comenzado a hacer la maleta. Era el momento de cerrar una etapa de su vida dedicada a la formación de futuros futbolistas, cargar vivencias y todo lo aprendido en el coche y saltar a esa jungla de los banquillos del fútbol profesional con su adictiva exigencia. Ahí estaba Felipe Miñambres (fino olfato casi siempre) esperándolo en el Levante. El contrato de tres años de Benítez era el muro insalvable que le separaba de la ilusión de su vida. De poco valía contar con el fervor de ese pueblo que acudía al Fortuna a disfrutar de todo aquello que se le arrebataba en Balaídos. El adiós era casi inevitable. Para el Celta Giráldez iba camino de ser esa pareja a la que no invitaste a salir cuando debías.

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