La ruina de Adriano, el juguete roto que quiso el Real Madrid se refugia en el alcohol y en la favela

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"No me drogo. No estoy metido en el crimen. Bebo todos los días y soy el mayor desperdicio del fútbol", estas palabras de Adriano Leite Ribero en una carta en The Players Tribune relatan su horror y sufrimiento. Uno de los futbolistas brasileños más prometedores de la década del 2000 echó una carrera brillante a perder por su adicción al alcohol y un comportamiento polémico, marcado por continuos actos de indisciplina. Adriano, conocido como el Emperador, es considerado como uno de los mayores juguetes rotos del fútbol.

Se formó en la cantera del Flamengo, la misma de la que salió Vinícius, y con 19 años fichó por el Inter de Milán. Su carta de presentación como estrella fue un partido contra el Real Madrid en el desaparecido Trofeo Santiago Bernabéu. Marcó un golazo de falta que quedó en la memoria del fútbol como uno de los más plásticos e increíbles por la potencia que le pegó al balón. Fue el 14 de agosto de 2001, con Casillas en la portería blanca, y la velocidad que alcanzó el balón llegó a los 170 km/h. Un misil. Espectacular.

Adriano lo tenía todo para ser uno de los mejores delanteros del mundo cuando dio el salto de Brasil a Europa y recaló en el Inter de Milán. Fuerza, envergadura, pegada y gol. Se echó a perder por su mala cabeza, pero antes de que sus polémicas y una depresión le derrotaran estuvo cerca de fichar por el Real Madrid.

Los contactos se produjeron en 2005. El Real Madrid buscó renovar su delantera con otro galáctico. De Ronaldo Nazario a Adriano. Florentino tenía que negociar con Massimo Moratti, presidente del Inter, y el brasileño estaba dispuesto a dar el paso. Moratti era un duro negociador, no quería vender y se remitió a la cláusula de 100 millones de euros que tenía Adriano. El Real Madrid acabó fichando a Robinho.

A partir de este momento empezaron los mayores problemas de Adriano. Había marcado 28 goles con el Inter en la temporada 2004-05 y en la siguiente entró en una depresión por el fallecimiento de su padre (Almir). El brasileño no superó la desgracia que sufrió su padre cuando él tenía 10 años. Recibió un disparo en la cabeza en una fiesta del Cruzeiro. Una bala perdida que se le alojó en la nuca y que los médicos no pudieron extraer. Adriano creció viendo a su padre con fuertes convulsiones. Sin salud y sin trabajo.

La muerte del padre

Este hecho le marcó y la muerte le hundió. Adriano empezó a ser protagonista en Italia por peleas en las discotecas, su sobrepeso y la falta de profesionalidad. En Brasil, más de lo mismo. Le costó el castigo de quedarse fuera del Mundial de 2010 en Sudáfrica. Se desató con episodios peligrosos: investigado por tráfico de drogas en Río de Janeiro, conducción temeraria y tenencia de armas.

Ya era la imagen del Adriano ebrio e indisciplinado. El que chocó definitivamente con Mourinho y con el que no pudo hacer nada más Massimo Moratti, su valedor y protector, que le recomendó que fuera a una clínica de rehabilitación en Suiza. Se negó. Mourinho le puso la cruz y el Inter le dio la carta de libertad, pese a que tenía contrato. "Lo suyo no tiene arreglo y no es solo indisciplina. Es algo más y estoy harto. No lo pone fácil y siento tristeza", manifestó Mourinho, resignado por la mala conducta del brasileño.

Ulises Sánchez-Flor

A sus 42 años, la vida de Adriano está en las favelas de Vila Cruzeiro, donde dice que se siente verdaderamente respetado y "no es el mejor lugar del mundo, pero es mi lugar". La imagen de harapiento que está dando la vuelta al mundo es la de una persona con un enorme sufrimiento interior y el fútbol no le salvó. "Mucha gente usa el fútbol como válvula de escape. Yo necesitaba una vía de escape del fútbol. La bebida se convirtió en mi compañera. Comencé a oler a quemado", se sinceró Adriano para contar su trágica historia.

Adriano ganaba en Italia un salario anual de 7 millones de euros netos. Tenía fama, pero la llevaba con rebeldía. Lo fue perdiendo todo hasta caer en la ruina. Decidió refugiarse en la favela, su barrio de la infancia y en donde dice que se siente libre y en paz. "Regla número uno de la favela: mantén la boca cerrada. Aquí no hay ratas", es la forma que tiene el brasileño de escapar de sus tormentos.

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