Las corrientes están cambiando en el Málaga CF

Un día, de repente, las corrientes cambiaron. El oxígeno empezó a ser más respirable, como cuando pasas del estrés del centro de la ciudad a la pureza de una escapada rural. Aunque el cielo, el techo, siga siendo el mismo. El Málaga, aunque mejor gestionado, no ha dejado de ser ese club sin presidente que mira al futuro con incertidumbre por su situación judicial, pero que por fin disfruta del presente casi tanto como cuando llevaba el parche de la Champions en su manga. Después de tantos años con la tostada cayendo del lado de la mantequilla, la suerte está mutando.

Descensos y no ascensos. El error de Munir y un play off fatídico ante el Dépor. La sanción y las 18 fichas profesionales en el Covid. Bordear la alineación indebida como reto semanal. Un 0-5 del Ibiza en La Rosaleda. La chilena de Okazaki en el último minuto. El penalti de Rubén Castro. Expulsiones, errores garrafales, actuaciones decepcionantes, remontadas que se quedaban en intento. Pitada día sí, día también. Nadie olvida: el Málaga estuvo 330 días -¡330!- sin ganar en su estadio. Entre el 20 de noviembre de 2021 (Málaga 2-1 Las Palmas) y el 16 de octubre de 2022 (Málaga 3-2 Lugo). Casi once meses de calvario.

En la penuria del tercer escalón, fútbol que no se considera profesional, el Málaga se reconcilió con el otro lado de la historia. El de las alegrías por encima del sufrimiento, el de la suerte por encima del malfario. Hay veces que, de repente, la corriente cambia. No se sabe si fue con la remontada ante el Atlético B en La Rosaleda con gol de Einar en la última jugada; con el remate inverosímil de Alfonso Herrero para clasificar a play off o con el milagro de Antoñito Cordero en Tarragona. Se desconoce el momento exacto, pero ocurrió. El Málaga ha cogido la ola buena y no quiere bajarse de ella.

Ola de un tsunami que, como avisábamos y preveían muchos, iba a ser imparable a partir del ascenso. La realidad superó las expectativas. Récord de abonados y más de 25.000 almas por partido. Cada vez más niños y niñas eligen al Málaga antes que a otro equipo, el sentimiento de pertenencia crece a ritmo imparable, las camisetas blanquiazules están por todas partes. No es casualidad.

La bandera malaguista ondea con más intensidad que nunca.

En el momento del himno, el club ha decidido dejar que sea la afición quien lo entone, a capela, sin necesidad de ponerlo por encima. Ocurrió ante el Huesca. Se escuchaban voces familiares, muchas infantiles, de pubertad, de juventud y de ilusiones nuevas. Según los datos que maneja la entidad, unos 4.400 abonados son menores de 14 años. La cantera está en el césped y también en la grada.

No hay economía boyante ni todavía fútbol de élite, no existen los lujos ni los fichajes bomba, pero ni falta que hace. El Málaga, en 2024, es el que más furor causa. Coinciden muchos en que esta es una de las etapas más bonitas de la historia del club por todo este cóctel. Un ejemplo de que las victorias hacen mucho, pero no lo son todo.

También en los descensos, en empezar de cero, está el verdadero origen de la pasión y la fidelidad. Celebrar victorias de un súperequipo ante Oporto o Milan en Champions fue bonito, pero más romántico es ilusionarse por el equipo con más canteranos de Segunda División, con dos menores de edad jugando de titular, con malagueños que fueron recogepelotas hace nada, que llevan tatuado el minuto 122 en la piel y que se atreven a besarse el escudo con credibilidad cuando lo hacen, pese a lo adulterado que esté ya el gestito.

En las malas y en las peores, el malaguismo latió, y ahora que empiezan a ser las buenas, más todavía. La suerte también se busca y el Málaga no dejó de hacerlo. Desde el 21 de enero no pierde en La Rosaleda (0-1 ante el Castellón). Un día, de repente, las corrientes cambiaron. Ahora no hay aguas revueltas, disfruten mientras dure.

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