
Lo peor de todo: monólogo sobre la paz que deja una catástrofe del Real Madrid
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04/13/2025 11:00 PM
Lo peor de todo no es perder, chico, perder lo hace cualquiera. Solo hay que dejarse ir. Es el tema central de cualquier biografía. Miras los libros de historia y parece que los hombres se van a salir de las páginas, de tan hermosos, de tan valientes, de tanta gloria que amasaron. Pero todo eso es una mentira tan grande como un mediocentro francés. Cualquier hombre de esos en mayúsculas está hecho con los trocitos de un millón de lagartijas que no llegaron a salir del cascarón. Incluso la mayor de las aventuras es una rutina delirante al final de la cual un hay cadáver secándose al sol. Y ese cadáver eres tú el día en que las palabras se retiraron y la marea te dejó mirarte en el espejo.
Tenemos la panza llena, como occidente, y, como occidente, el Madrid se prepara dulcemente para la invasión de los bárbaros. El Bernabéu se ha convertido en un tour bien fotografiado. Turistas venidos de Oriente ansiosos de capturar un momento brillante para rellenar su álbum de recuerdos europeo. Esa gente ni siquiera conoce el silencio. Ese silencio hecho a conciencia donde reposan los huesos de todos los caídos del Madrid, no significa nada para ellos. No son aficionados, no ven el partido con todos sus prejuicios, con esa mala leche que el español -que en el Bernabéu todavía se siente desposado con el imperio- es capaz de volcar sobre sus jugadores favoritos. No insultan y luego callan y después pitan y luego rumian y más tarde chillan endemoniados llevados por una ola gigante donde pierden la compostura y trascienden su pesada armadura mortal. No hacen nada de eso, solo miran, hacen fotos y esperan pacientemente a que una de las dos figuras, esos inútiles que dicen querer el Balón de Oro, cogen el esférico. Entonces, esos turistas dan unos grititos exasperantes que, en una democracia más consolidada que la nuestra, sin duda, los llevarían a ser castigados.
Pero eso no es lo peor.
Al fin y al cabo, esa gente seguirá viniendo aunque el Madrid pierda 3.000 veces seguidas y aunque nuestro fútbol tenga la misma belleza que los restos del Titanic. Esa gente deja dinero y con ese dinero se compran jugadores de origen africano para satisfacer el modelo de energía. Ese es un modelo muy masculino. ¿Y sabes cuál es la cima de la masculinidad? Tirar piedras al río, cada vez más grandes como si quisiéramos detener el cauce, calmar nuestra ansiedad. Esa ansiedad monumental por no tener ya tierras por conquistar. No hay esclavos que explotar, civilizaciones que extinguir, pueblos que pasar a cuchillo. Para eso está el Madrid, para calmar esa ansiedad de los hombres.
Pero eso no es lo peor.
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Rubén RodríguezLo peor no son los turistas ni los jugadores mediocres. Ni los árbitros con tendencias fascistas. Ni siquiera esos analistas que llevan avisando del fracaso del Madrid desde la destrucción de la ciudad de Ur, primera prueba del desastre táctico del equipo de Chamartín. Lo peor no es que el Madrid no corra. El Madrid siempre corre menos que el rival. Por eso los analistas nunca aciertan. Ellos se fijan en flechas y cambios de orientación, en basculaciones, flujos y equipos como milicias que se mueven con precisión milimétrica, pero el Madrid nunca ha tenido nada que ver con eso. Es lo previo al fútbol como la naturaleza es lo que había antes de la civilización. Es la voz de los muertos, es un aviso de lo que puede llegar a ser la vida, no es un ejército orquestado, es una bandada de lobos que decidieron cruzar la línea.
En los primeros meses del año 86, hubo un resplandor parecido en una ciudad ucraniana. La gente salió a verlo, a medianoche, era de una belleza colosal o tal vez infantil, como los dibujos de los niños extraviados, esos que se inventan enfermedades para llevar a sus padres al martirio. Como esos dibujos hipnóticos que nadie entiende pero sobre un fondo negro. Era una hermosura allá en el firmamento. Toda esa multitud murió. Todos los que salieron a verlo. Uno a uno. A toda esa gente que se quedó con la boca abierta delante de la maravilla, se le disolvieron los huesos, se le cayeron los ojos, la piel se le derrumbó. Fueron comidos por el demonio que habita en la intimidad de la materia.
Eso pasó en el Bernabéu hace tres años, en un estadio que estaba ya tomado por los turistas, pero dio igual. Se les escondió como en Castilla se escondía al niño tonto cuando venían las visitas y el coliseo blanco se levantó lleno de azufre y convirtió a los rivales en estatuas de sal. Los futbolistas enemigos no soportaron esa belleza o esa maldad, porque está muy cerca la una de la otra, aunque a veces surja un niño como el Buitre y nos confunda. Y el Madrid ganó, justo de la forma que deseamos que lo haga. Fue como un ejército de la imaginación. Nuestros deseos fueron colmados y no fuimos castigados por ello.
No fuimos castigados hasta hace unos días. Perdimos sin pedir auxilio, sin bracear contra corriente, nos hundimos sin más. Pero es el Arsenal, no es el Brasil de Pelé. La única forma que tenían de meternos gol era de una falta al borde del área. Y Alaba la hizo. La barrera la colocó Puigdemont. Desde luego, eso fue malo. Pero eso no fue lo peor.
Ya los grandes analistas, las voces más influyentes de nuestra generación, han explicado lo que le ha pasado al Madrid. Han explicado que la planificación fue pésima, pero el año pasado también lo fue, y el anterior, y el año anterior al anterior. Se puede uno remontar a Moisés y los analistas le hubieran dicho que no tenía ninguna esperanza contra los egipcios, más rápidos, con mejor técnica y un equipo más trabajado y que el viejo judío del báculo solo podía tira de mística y eso ya estaba muy gastado.
De hecho, el truco de separar las aguas tomó por sorpresa a los analistas y ya dijeron que eso se le había ocurrido antes a Cruyff, como no, aunque Floren es más espabilado y lo ha integrado en el diseño del estadio. Con una simple palanquita el techo se cierra y el aullido se convierte en muro y con otra palanquita el terreno se desliza y aparece por debajo el ejército de los inmaculados, aunque eso es una sorpresa y no conviene adelantarse.
Por supuesto que la planificación fue pésima, siempre lo es. El año pasado se ganó la Champions con Lunin, Joselu, Nacho y el señor Camavinga repartiendo pisotones como el rey mago lanza caramelos a los niños. Todos estaban esperando la gran derrota del Madrid. Las crónicas llevan hechas desde el 2019 y se repiten en años impares. Solo tienes que cambiar el año y los jugadores. En el 2019 fue el Ajax, en 2023 fue el City y ahora parece que le toca al Arsenal.
Pero eso no es lo peor.
Todos estaban esperando la gran derrota del Madrid. Las crónicas llevan ya hechas desde el año 2019 y se repiten en años impares
Los peor es la montaña sagrada de Montserrat que se está levantando al otro lado. Está llena de gente que tiene una patología muy compleja. Vienen de otro planeta y necesitan de la superioridad moral para sobrevivir. Pobres. Es su oxígeno. Sin ella mueren entre horribles estertores. Están ya preparados. Tienen la máquina en el centro de todo. Es gigantesca y reluciente, parece moderna, pero está llena de orines. Fue un alemán de métodos aprendidos en la RDA quien puso la máquina otra vez en movimiento. El dinero lo puso el fantástico entramado que hay detrás de las cosas. Si mira usted detrás de su frigorífico, descubrirá un horror parecido.
España entera ha mirado para otro lado porque los chavales son buenos y conviene tenerlos entrenados para la Selección. Pero lo peor de todo, el pecado final, es que el Madrid, nuestro Real querido, ha sido el noble caballero que ha ayudado a la pobre viejecilla blaugrana a cruzar la calle. Pudo aplastarla con un piano de cola, tirarla por la borda del trasatlántico, empujarla desde la azotea de un rascacielos, o no hacer nada, quedarse quieto mientras la viejecilla iba desvaneciédose. Pero eligió mantenerla con vida y ahora vamos a pagar todos las consecuencias. Incluso el medioambiente. La proliferación de adjetivos exorbitantes que acompaña a las victorias del Barça acabarán definitivamente con la capa de ozono. Si la derrota del Madrid es una supernova que estalla, la victoria del Barça de los muchachos es una metástasis que envilece el cuerpo entero del fútbol.
Eso es lo peor.
Y lo peor también es que hay una verdad futbolística tras todo esto: los chicos pequeños ya han conseguido igualar la rapidez de los chicos grandes. Juegan todos juntos. Corren, defienden y atacan como si fueran un solo hombre. Tienen un hambre de siglos y quieren la triple corona que convirtió en inmortales a sus mayores. Eurocopa, Champions y Mundial. Con empeño, hambre, rapidez gestual y caramelos de menta, el Español de 1'72 del desarrollismo puede derribar de un soplo a un mediocentro francés nacido en Senegal. Usted también puede ser futbolista.
Y además saben hacer hermosos triángulos de pretecnología que hacen del fútbol una bonita experiencia sensorial. Es un cambio de era. Pasa cada 10 años. El modelo de eneryía se ha quedado viejo antes de ser desembalado. Un modelo de eneryía lleno de atletas de altas prestaciones que corren un 20% menos que los demás. Un misterio que puede ser explicado por Viníciusy Mbappé, artistas de variedades que de vez en cuando juegan al fútbol. Solo atacan, no presionan, corren lo justo, lo mismo que Marilyn llegaba siempre una hora tarde al set de rodaje y se iba inmediatamente después de decir su última palabra.
Con esta banda contrahecha hay que bajar a los restos del naufragio. Es arriesgado. Los batiscafos suelen implosionar sin razón aparente. Se necesita mucha luz y mucha fé y andar con tiento entre las grandes estructuras llenas de herrumbe. Ni siquiera hace falta la victoria. Pero es necesario imaginar otra vez, durante 90 minutos y una prórroga, cómo era el majestuoso trasatlántico. Sus salones inmensos, el ruido de fondo de la orquesta, la marcha tenebrosa entre el filo de los hielos. Después de una temporada en el desierto, el madridismo necesita esa ilusión. Lo peor de todo sería otro piano sin abrir, como en la ida. Porque tras eso van a venir todas las festividades del equipo de la humildad. Nunca han perdonado ninguna. Y eso sí que sería lo peor de todo.