La consagración de Suárez, por Miguel Hernández

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Hay momentos en los que, sin quererlo, uno se dirige a la cámara, dice unas palabras que quedan en el aire, y se vuelven en su favor –o en su contra– con el paso del tiempo. A los políticos les pasa continuamente, pero en estos tiempos del y tú más, e incluso de la Inteligencia Artificial, es fácil escurrir el bulto echándole la culpa al oponente o a un fake generado por la tecnología. En el fútbol ocurre y Capitán A Posteriori dicta sentencia. Ojo no venga Capitán A Posteriori –es decir, algún crack de Twitter– en unos meses con este artículo, pero en este caso hay menos dudas. Y hablamos de uno de los nuestros, así que la defensa será a ultranza.

Hace años que no escribo por aquí, por las razones que sean. Y créanme que me he visto tentado, aunque siempre acabo desistiendo. La heroicidad de lo ocurrido este sábado en el Estadio Olímpico de Montjuic invitan a parar un instante y teclear unas palabras de alguien que me emocionó en la histórica victoria ante el FC Barcelona, aunque por circunstancias del cartel no siempre salga en los focos.

«El objetivo es ganar». Las palabras son de Álex Suárez en una entrevista a pie de campo justo antes de empezar el segundo tiempo. Pensé: vaya cojonazos, con perdón. Jugando contra el líder en su campo y todas sus estrellas podría parecer arriesgado, pero Álex lo dijo con convencimiento, e incluso con una media mueca en la cara. Todavía estaban los vanagloriados Lamine Yamal o Dani Olmo en el banquillo. Suárez, en cambio, estaba seguro de sus palabras. Y se basaba en lo ocurrido en el primer episodio.

La primera parte de la UD había sido perfecta en su plan de partido. Líneas juntas, intentando que Pedri no percutiera por dentro, no escatimando en esfuerzos en cada acción, cuidando de cerca a Lewandowski, tapando espacios interiores y esperando la oportunidad para en pocos pases ponerse en el área rival. Había cierto rúnrún en una grada culé que esperaba a una Unión Deportiva Las Palmas que, como un buen invitado, trajese un regalo y aplaudiese a sus cracks en medio del partido para honrar su 125º aniversario. La UD, en cambio, honró al fútbol y la competición con una primera premisa: no creerse inferior a nadie. Fue ganando confianza hasta asestar el golpe al FC Barcelona en su casa 53 años después que lo hicieran los Tonono, Castellano, Germán, Justo Gilberto o León.

La de Montjuic fue una victoria coral, con nombres que quedarán en la retina de los amarillos por décadas. Como el de Sandro Ramírez o Fábio Silva, sin olvidar a un vital Cillessen, un incombustible Javi Muñoz, la sala de máquinas con Kirian y Campaña, la calidad de Moleiro, la solvencia de Viti, McKenna o Mika Marmol, la astucia del estratega Diego Martínez, los que salieron del banquillo… pero las miradas las dirijo, permítanme en esta ocasión, a Álex Suárez.

Álex representa los valores de la cantera canaria, la capacidad de seguir luchando por los sueños incluso cuando los ves lejanos, la inteligencia para saber que hay que explotar las virtudes y tratar de no exponer las limitaciones. Suárez, que no es ni el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido ni el más virtuoso con el balón, sí es el que mejor lee las jugadas, el que mejor se anticipa, el que mejor se posiciona y el que mejor manda. El que sale a dar la cara cuando vienen mal dadas. Con eso y la garra que imprime en cada jugada le vale. Un líder. Un capitán.

Este sábado, mientras pasaban treinta minutos que parecieron horas, vi a su figura engrandecerse. Bloqueando cada disparo, achicando agua cada instante, pasándolo realmente mal, pero disfrutando. Y en ese momento pensé que Suárez estaba cumpliendo el sueño de todos los niños de Gran Canaria que empiezan a pelotear en nuestros barrios. Que en su esfuerzo titánico –desde las canchas del Tamaraceite, pasando por el Anexo hasta llegar al primer equipo del club de su vida–, estaba sumando los anhelos de los que intentaron llegar ahí y no pudieron, los que lucharon por nuestra camiseta y todos los que ya no están con nosotros. Allí estuvo un Álex Suárez que parecía invencible. Un gigante. Y levantó los brazos para dejar una imagen para la historia.

Hoy la vida sigue y llegan nuevos desafíos. Pero este 30 de noviembre de 2024 ya es tuyo y de todos tus compañeros. Es de todos. Gracias Álex.

por Miguel Hernández

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