Corred por las víctimas
Ayer a las 12:00 AM
VALÈNCIA. No hay nada como un maratón. Y en València, claro, no hay nada como el Maratón de València. El otro día, hojeando un libro de Recaredo Agulló, me salió el cartel de la quinta edición de la carrera, la de 1985. Es uno de mis favoritos. Es un cartel apaisado en el que manda una fotografía de un corredor, Vicente Antón Pastrana, mientras avanza con sus largas piernas por la marjal. El leonés había ganado el año anterior con una marca de 2h14:01 y nadie podía imaginar que ese récord duraría 17 años. Es un día nublado y, al fondo, se ven los campos de arroz anegados después de la 'perellonà' y antes de que los labradores empiecen a 'fanguear' la tierra de la Albufera.
La ves y es imposible no pensar en el tópico de la soledad del corredor de fondo. Una idea que entonces, en los 80 y 90, tenía mucho sentido. Era muy habitual ir corriendo en solitario por un camino. Hoy eso es impensable. Ahora todo está lleno de corredores -o runners, como prefieras-. No digo ya el viejo cauce del río, donde solo dejan de pasar los de las zapatillas y el cronómetro en mitad de la noche, sino en todas partes. Da igual si vas a entrenar o a competir, todo está lleno de corredores.
El domingo pasado fui a saldar una vieja deuda. Nunca había corrido la Pujada al Castell de Xàtiva. La capital de la Costera fue durante muchos años -fundamentalmente, la adolescencia y la juventud- mi segunda casa y por casualidades del destino, a pesar de llevar 40 años corriendo, nunca había hecho esta carrera. Así que el domingo pasado fui a cumplir este viejo deseo de sufrir por sus cuestas rumbo al castillo.
Es una carrera modesta, pero me encantó volver a estar dentro de una prueba con no más de mil atletas. Ahora todo el mundo se ha acostumbrado a las multitudes, a los cajones, las oleadas y todas las fórmulas inventadas para que no se atasque la carrera en la salida, pero yo, que siempre he sido un corredor solitario, que preparó todos sus maratones sin más compañía que un austero cronómetro, prefiere esto menos congestionado.
Valencia tiene 35.000 inscritos para su maratón del 1 de diciembre. No sé ni dónde se meten. Viene gente de todo el mundo, pues en todo el mundo es ya conocida y deseada esta carrera, entre las diez mejores -quizá, incluso, entre las cinco mejores- del planeta. Pero este año es imposible no acordarse de los cerca de dos mil que se apuntaron desde alguno de los municipios afectados por la Dana.
Sé de primera mano que la organización ha hecho un esfuerzo extraordinario por no herir la sensibilidad de nadie. Y sé también que seguro que no lo ha logrado al cien por cien. Algunos ven una frivolidad celebrar esta carrera cuando cerca, muy cerca, al otro lado del río y más allá, hay mucha gente sufriendo. Gente sin agua, sin comida y hasta sin fe. Un compañero del gimnasio me comentó el otro día que una amiga de Catarroja, harta ya de vivir en el infierno, de llevar varias semanas rodeada de barro y miseria, decidió ir a València un rato para despejar la mente. No le gustó lo que vio. Le atravesó el alma ver a gente sonriente sentada en una terraza tomándose un gin tonic a una hora y media, a pie, del horror.
Es comprensible. Todo es comprensible. Pero yo creo, y quizá no sea el más objetivo, que suspender el maratón restaría más que sumaría. Igual algunas almas atormentadas por las pérdidas físicas y personales sentirían algo de paz al ver que se ha hecho por ellos, pero creo, estoy convencido, de hecho, que, en el fondo, es mucho más beneficioso traer a casi 100.000 personas ese fin de semana y no fastidiar a 33.000 inscritos y sus familiares con el billete de avión comprado y un hotel reservado, y aprovecharlos para que hagan un esfuerzo y ayuden económicamente a los aficionados -indirectamente ya están influyendo favorablemente en la economía valenciana-, que vivir en un luto permanente.
Yo creo que al que está intentando volver a poner en marcha su negocio en Paiporta, Sedaví o Chiva lo último que le importa es si en Valencia, un domingo por la mañana, están corriendo 35.000 personas por la capital. Que lo que realmente le puede importar es que desde la capital llegue ayuda y afecto. Que en una prueba deportiva conocida y reconocida en todo el mundo se realice un homenaje y se recuerde, durante un minuto de silencio, a todas las víctimas de esta catástrofe terrible.
Va a ser un maratón único. Que nadie, ni los de los pueblos afectados, piense que los corredores van a lanzarse a por los 42,195 kilómetros ajenos al sufrimiento de miles de valencianos. Mucha gente va a dar cada zancada pensando en ellos. Por ellos. Va a ser, lo tengo claro, el maratón de las emociones. Va a ser un día emotivo e inolvidable. Va a ser un maratón, un maratón descomunal, dedicado a ellos.
Corred por ellos.