
Entre Pablo y el Diablo
03/19/2025 09:00 AM
Desde que recuerdo a consciencia, no hay matrimonio amoroso entre el fútbol y la policía. El manejo, el control de una masa, de una enorme muchedumbre sigue siendo similar al control del circo romano.
Hay un clásico concepto de seguridad aplicado al movimiento de grandes concentraciones humanas que es el controlado solo por la fuerza. La sociedad de la era moderna se copia a si misma. Se repite más allá de los tiempos. Y como los gladiadores feroces reglaban el comportamiento de la plebe en el acceso a las gradas, los policías feroces reglan el acceso a un estadio de la misma forma y con la misma y brutal coacción a los miles que se dejan presionar por una misma causa: ver el circo, entrar en él. Y la sociedad del tercer milenio, como la del antes de Cristo, acepta sumisa por lo que dure el espectáculo, ser útil a ese mandato fáctico. Es servil a ese mandato. ¿Es eso natural? No lo creemos. Podemos aceptar que es habitual, pero no que lo da la naturaleza para que nos resignemos a él.
Entonces pienso cuantas veces siendo niño en el trayecto de Diaz Vélez y Alsina a la entrada por Cordero -hoy Bochini- sentía miedo a las bestias briosas de la montada que, obedeciendo a su jinete uniformado y con casco largo bastón en mano pechaban a los que queríamos entrar. Conservo el espanto por esa memoria.
El próximo 7 de abril se cumplirán cuarenta años de un crimen que signó un antes y un después en la violencia que enmarca esa convivencia del fútbol con la institución armada. El asesinato del pibe Scasserra en la tribuna visitante de la Doble Visera, en la soleada tarde del clásico con Boca. El pibe de 14 años que acompañado por su padre veía por primera vez a su equipo, recibía el disparo de una 9mm, arma qué usaba la policía. El silencio cómplice de la falta de investigación, nunca esclareció el crímen del chico. De allí en más, la agitación de la sociedad empujó a la política a sancionar una ley contra la violencia en los estadios. Pero eso tampoco subsanó el fenómeno de brutalidad y salvajismo que sustentó la relación entre las masas y los uniformados que siguieron midiéndose con fiereza en la tribuna como en la calle, en el tren como en todo lugar donde se los enfrentara.
El próximo 7 de abril se cumplirán cuarenta años de un crimen que signó un antes y un después en la violencia que enmarca esa convivencia del fútbol con la institución armada. El asesinato del pibe Scasserra en la tribuna visitante de la Doble Visera, en la soleada tarde del clásico con Boca. El pibe de 14 años que acompañado por su padre veía por primera vez a su equipo, recibía el disparo de una 9mm, arma qué usaba la policía. El silencio cómplice de la falta de investigación, nunca esclareció el crímen del chico. De allí en más, la agitación de la sociedad empujó a la política a sancionar una ley contra la violencia en los estadios. Pero eso tampoco subsanó el fenómeno de brutalidad y salvajismo que sustentó la relación entre las masas y los uniformados que siguieron midiéndose con fiereza en la tribuna como en la calle, en el tren como en todo lugar donde se los enfrentara.
Hasta que llegó el 12 de Marzo de 2025 y el justo reclamo de un grupo de jubilados por sus magros haberes, encontró una sociedad harta de ver cómo la fuerza bruta gaseaba a los viejos y reaccionó desde el sector históricamente enfrentado a las huestes del orden: las hinchadas de fútbol.
En el universo gigante de un club como es Independiente, nadie puede medir calidad humana. En ese universo hay gente proba y gente oscura. A veces el destino fatídico cruza las intenciones opuestas de esas gentes. El 12/3 se cruzaron la solidaridad de un joven, con la orden criminal de quien soltó las riendas de las armas. Alguien con simpatía por el Diablo. Y Pablo Grillo la vio venir, pero no se dio cuenta, pues todos quienes documentan la barbarie saben que ésta no tiene límites, pero no creen que también va por ellos. Dos formas de sentir simpatía por el diablo: cantar con la roja puesta como Pablo en la cancha o apuntarle a la gente desde lo más oscuro del poder y tirarle a matar.
En el universo gigante de un club como es Independiente, nadie puede medir calidad humana. En ese universo hay gente proba y gente oscura. A veces el destino fatídico cruza las intenciones opuestas de esas gentes. El 12/3 se cruzaron la solidaridad de un joven, con la orden criminal de quien soltó las riendas de las armas. Alguien con simpatía por el Diablo. Y Pablo Grillo la vio venir, pero no se dio cuenta, pues todos quienes documentan la barbarie saben que ésta no tiene límites, pero no creen que también va por ellos. Dos formas de sentir simpatía por el diablo: cantar con la roja puesta como Pablo en la cancha o apuntarle a la gente desde lo más oscuro del poder y tirarle a matar.
Sus amigos hacen guardia por su sanación. Federico cuenta: "Pablo es un amigo solidario y gran hijo. Fabián, su papá, los llevaba a la cancha en tren, o colectivo a todos, desde que el grupo de amigos tenía 11 años". Recuerdan que en 2002, el año del campeón, se juntaban antes de cada partido en la plaza de Escalada para ir. Pablo hizo muchos trabajos ad-honorem para el Hospital Evita. Documentó con su cámara toda la pandemia, la enciclopedia guardada en el centro de salud. Creó un helipuerto y allí hizo de todo: desde correr escombros hasta conseguir materiales. Hizo fotografía documental de la realidad social, el barrio, la villa, manifestaciones. Su pasión es la fotografía. Es hermano de Emiliano y son muy unidos. Hoy todos son una sola oración por el amigo herido. Así es nuestra realidad. A la vocación solidaria del fútbol, la oscuridad de la regresiva violencia estatal la reprime y lastima para que no pueda ayudar. Dios salve a Pablo Grillo. Él y sus diablos rojos viven la pasión de la vida y el fútbol. Es aquel diablo de la oscuridad al que debemos echar de éste presente social.
Quique Larrousse
Quique Larrousse